Las palabras necesitan de un contexto histórico, político, social, cultural, económico y biográfico para significar. Exhorto a lxs lectorxs/militantes a realizar un viaje de conocimiento acerca de lugares, tiempos y autorxs para enriquecer la experiencia literaria que propongo en este espacio. Gracias.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Rugió el león

Rugió el león

Rugió el león
Me acorraló
Pidió por todos
Los animales
De su reino

Rugió el león
Me hizo temblar
La selva entera
Lo acompañaba
A dar pelea

Rugió el león
Le di bocado
Lamió mi mano
Maulló cansado
Y se fue a dormir

Al resto
De los animales
De la selva
Me los comí
Uno por uno

Por Félix Sánchez Durán

Indiferencia

Indiferencia

Sus ojos me encontraron,
Me interpelaron;
Quisieron anclar en mí,
Calar en mi sensibilidad.
Sus ojos me hicieron ver su pesar,
Su dolor y miseria cotidiana...
No me dejaron otra opción
Que dejar de mirarlo.

Por Félix Sánchez Durán

domingo, 31 de agosto de 2014

¡Levántate tú mismo!

¡Levántate tú mismo!

Vi al infame, otra vez,
Arrojarte contra el suelo.
Vi otra vez, como antes,
Te arrojaba con desprecio.

Otra vez fui, corriendo,
A extenderte la mano.
Ayudar a levantarte,
Otra vez, fui intentando.

Mas al oírte balar,
Otra vez -oyó mi oído-,
Te dejé tirado allí.
¡Levántate tú mismo!

Por Félix Sánchez Durán

Psiquis

Psiquis

Nada la inquieta ni conmueve
Ni la indigna; hela aquí
La psiquis del mediocre.
Y la del adoquín.

de Álvaro Yunque,
en Versos de la calle, Claridad, 1924.
http://www.alvaroyunque.com.ar/poesia/libros/index.html


Fe

Fe

Sentado en el tranvía, pensativo,
Decíame: ¿Es que en vano corre el tiempo?,
¿Es que siempre ignorancias e injusticias
Flagelarán al infelice pueblo?,
¿Es que siempre habrá mansos que soporten
La servidumbre y siempre habrá soberbios?
¿Es que aun la electrofuerza no propulsa?
¡Sangre hecha luz!, ¿El carro del progreso?
¡Y qué honda tristeza me invadía
paralizándome como un veneno!
Mas, sentado a mi diestra, con su traje
de labor sucio y roto, vi un obrero;
y, ¡oh, júbilo!, ¡Aquel hombre miserando
tenía un libro en sus callosos dedos!;
¡Y lo leía cavilosamente!
¡Qué proficua lección me dio ese obrero!
Entreví el ideal por los suburbios
Sembrando ideas, dando sentimientos;
¡y en vez de mi dolor, sentí pujante,
que una ola de fe me alzaba el pecho!

de Álvaro Yunque,
en Versos de la calle, Claridad, 1924.
http://www.alvaroyunque.com.ar/poesia/libros/index.html

Reflexión bíblica

Reflexión bíblica

"Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz"
Antiguo Testamento
El Génesis, Lib. 1,5.

Frente a la calle rumorosa en donde
Pródigo el sol dardea;
Se abre voraz, boca de fría sombra,
El portón de una iglesia,
Que parece la entrada
De una ancestral caverna.
Y dijo Dios: Sea la luz;
¿Y fue la luz? ¡Y aún hay tinieblas!
¿O será que "la luz que Dios nos hizo"
Se ha quedado en la calle sin entrar a su iglesia?

de Álvaro Yunque,
en Versos de la calle, Claridad, 1924.
http://www.alvaroyunque.com.ar/poesia/libros/index.html

miércoles, 27 de agosto de 2014

Si la muerte quisiera

Si la muerte quisiera

I
Tú como yo, viajero, en un día cualquiera
Llegamos al camino sin elegir acera.
Nos pusimos un traje como el que llevan todos
Y adquirimos su aspecto, sus costumbres, sus modos.

Hemos andado mucho, sujetados por riendas
Invisibles, los ojos fatigados de vendas.
Tenemos en las manos un poco de cicuta,
perdimos de la lengua el sabor de la fruta
Y sabemos que un día seremos olvidados
Por la vida, viajero, totalmente borrados.

Y tú y yo conocimos las selvas olorosas...
Y tú y yo no atinamos jamás a cortar rosas.

II
¿Sabes, viajero? Tarde voy haciendo proyectos.
De tentar nuevos rumbos desandando trayectos.
Tengo sed tan salvaje que me quema la boca
Y ansío beber agua que brote de la roca.
Persigo las corrientes para bañar la piel,
Alimentarme quiero de rosas y de miel,
Dormir sobre los musgos, ignorar la palabra,
Y tener dos amigos: un cisne y una cabra.
Si a mi fresco retiro te allegaras un día
Tu viejo escepticismo quizá me encontraría
Sentada bajo el árbol de la Sabiduría.

III
Oh, viajero, viajero, conversa con la Muerte
Y dile que no impida mi camino, de suerte
Que me allegue a la roca, que conozca la gruta,
Que retorne a mis labios el sabor de la fruta.
Oh, viajero, viajero, conversa con la Muerte
Y dile que me deje cortar flores, de suerte
Que mis manos se vean bellamente cubiertas
Por capullos de rosas y por rosas abiertas.

Como ella me dejara, lentamente, viajero,
Coronada de mirtos, bajo sol agorero,
Emprendería marchas hacia el nuevo sendero.

De Alfonsina Storni,
en Alfonsina Storni - Antología, Losada, 1998.

viernes, 15 de agosto de 2014

San Martín en Francia

San Martín en Francia

Ya en tu regazo estoy, ya en tu regazo
Puedo al fin descansar; ¡cuánto he vivido!...
¡Oh Francia! ¡vengo a ti, busco tu abrazo
Para morir dichoso en el olvido;
Mi corazón tan sólo es un pedazo,
El otro lo dejé donde he nacido,
Y ese pedazo que me presta aliento
Viene a morir aquí de paz sediento.

De paz sediento que en ciclópea guerra
Mis años de vigor se han consumido,
Y al pensarlo parece que en la tierra
Un sueño de laureles todo ha sido.
Tanto me amó la gloria que me aterra
Y en inmersión de gloria sumergido
Guardo en mi ser rapsodias de titanes
Como esconden su fuego los volcanes.

Pobre y solo he venido; un océano
Hay entre mí y entre la patria mía;
Mas por el nombre de este americano
Te besará la América algún día.
No puedo descorrerte yo el arcano
Que a tu playa me trae de lejanía,
Y aunque me ves tan muerto en ilusiones
Pudiera hacer mi tienda con pendones.

Más relatos que Ulises yo contara,
Más golpes de altivez yo te dijera,
Homero como a Aquiles me cantara,
Tu amor de libertad me bendijera;
Pero no, que quizá se malograra
El designio que impulsa mi carrera;
Sólo pido aire, y de tu sol el fuego,
Y que me entierres compasiva luego.

Francia amiga, este pobre peregrino
Que fatigado viene hollando mares
Sabrás quién es cuando en cantar divino
Te digan que ascendió entre luminares,
Que levantando el lábaro argentino
Le puso las montañas por pilares,
Y que llegó hasta los incanos puertos
Sobre volcanes y leones muertos.

Ah, mi vejez recoge, Francia amiga;
Recógeme en tu suelo hospitalario,
Siento en mi ser recóndita fatiga
Que me envuelve glacial como un sudario;
Yo no sé si habrá alguno que aún me diga
Que hice mal en venirme a tu santuario,
Pero cuando la luz huya en la tarde
Ni me dirán innoble ni cobarde.

Yo cumplí mi destino, ya está hecho;
Ya tres pueblos se yerguen soberanos;
Mi conciencia está limpia, limpio el pecho;
Calumnias... abyección, fantasmas vanos;
No quise por mi culpa ver deshecho
El fulgor que alumbró pueblos hermanos,
Y lleno de mortal melancolía
Una tarde grité: "adiós, Patria mía".

Adiós, pero en mi ser yo te llevaba;
¿Cómo, Patria, vivir sin ti pudiera?
Tu cielo abandoné pero guardaba
Tu hermosura, tu amor, tu gloria entera;
Tu grandioso destino me escoltaba
Invulnerable mi alma en tu bandera,
Y marchando al destierro sin enojos
Oprimí el corazón y hasta los ojos.

Te di la libertad y tu baluarte
Libertad dio también a otras naciones.
Oh Patria, nada más pude yo darte
Ni ofrecerte yo pude más blasones;
Jamás dudé mi vida en ofrendarte
Pero la muerte me negó sus dones;
¡Cuántas veces, ansioso yo quería
Morir en la batalla... y no moría!

Mas, tú lo sabes bien, tú bien conoces
Que yo y mis bravos al trepar el Ande
Por nieves y pináculos atroces
Donde tan sólo el huracán se expande,
Escuchamos de pie las roncas voces
De esa tumba soberbia, helada, grande,
Sólo que al punto que ella nos llamaba,
"No moriréis", la libertad gritaba.

Y vengo aquí a morir en este suelo,
Nido caliente del hogar latino,
A la luz cariñosa de este cielo
Implorando su amor al peregrino.
Oh Patria, cuando me halle sin consuelo
Lo encontraré en mi orgullo de argentino;
Sólo te pido de ambiciones lleno
Que lleves mis cenizas a tu seno.

De Alfonso Durán,
en Flores de un Otoño, Incipit Liber, 1922.

Ante "El Libertador", de Alice

Ante "El Libertador", de Alice (1)

Firme sobre la roca. El mar sereno
Se siente chico y a sus pies dormita.
Su mirada genial es infinita;
Piensa en su patria de nostalgias lleno.

Del sol muriente llega hasta su seno
Ráfaga de fulgor que en él palpita,
Se eleva y en su rostro deposita
Gesto inmortal de pequeñez ajeno.

Así el asta oprimió de su bandera
Como oprime el bastón... Viento soplando
Su capa extiende en ala condorina.

Al mirar ese lienzo alguien dijera
Dos soles al morir se están besando
En la aurora triunfal de la Argentina.

De Alfonso Durán,
en Flores de un Otoño, Incipit Liber, 1922.
(1) El gran lienzo del pintor Antonio Alice que representa a San Martín en Boulogne-Sur-Mer

viernes, 1 de agosto de 2014

Las muletas

Las muletas

Durante siete años no pude dar un paso.
Cuando fui al gran médico,
me preguntó: «¿Por qué llevas muletas?»
Y yo le dije: «Porque estoy tullido».

«No es extráño», me dijo.
«Prueba a caminar. Son esos trastos
los que te impiden andar.
¡Anda, atrévete, arrástrate a cuatro patas!»

Riendo como un monstruo,
me quitó mis hermosas muletas,
las rompió en mis espaldas y, sin dejar de reír,
las arrojó al fuego.

Ahora estoy curado. Ando.
Me curó una carcajada.
Tan sólo a veces, cuando veo palos,
camino algo peor por unas horas.

De Bertolt Brecht,
en Poemas y canciones, Alianza Editorial, 1997.

Sobre una muchacha ahogada

Sobre una muchacha ahogada

Sin hundirse, la ahogada descendía
por los arroyos y los grandes ríos,
y el cielo de ópalo resplandecía
como si acariciara su cadáver.

Las algas se enredaban en el cuerpo
y aumentaba su peso lentamente.
Le rozaban las piernas fríos peces.
Todo frenaba su último viaje.

El cielo, anocheciendo, era de humo,
y a la noche hubo estrellas vacilantes.
Pero el alba fue clara para que aún
tuviera la muchacha un nuevo día.

Al pudrirse en el agua el cuerpo pálido,
la fue olvidando Dios: primero el rostro,
luego las manos y, por fin, el pelo.
Ya no era sino un nuevo cadáver de los ríos.

De Bertolt Brecht,
en Poemas y canciones, Alianza Editorial, 1997.

lunes, 30 de junio de 2014

La cruzada de los niños

La cruzada de los niños

En Polonia, en el año treinta y nueve,
se libró una batalla muy sangrienta
que convirtió en ruinas y desiertos
las ciudades y aldeas.

Allí perdió la hermana al hermano
y la mujer al marido soldado.
Y, entre fuego y escombros, a sus padres
los hijos no encontraron.

No llegaba ya nada de Polonia.
Ni noticias ni cartas.
Pero una extraña historia, en los países
del Este circulaba.

La contaban en una gran ciudad,
y al contarlo nevaba.
Hablaba de unos niños que, en Polonia
partieron en cruzada.

Por los caminos, en rebaño hambriento,
los niños avanzaban.
Se les iban uniendo muchos otros
al cruzar las aldeas bombardeadas.

De batallas y negras pesadillas
querían escapar
para llegar, al fin,
a algún país en el que hubiera paz.

Había, entre ellos, un pequeño jefe
que los organizó.
Pero ignoraba cuál era el camino,
y ésta era su gran preocupación.

Una niña de once años era
para un niño de cuatro la mamá:
le daba todo lo que da una madre,
mas no tierra de paz.

Un pequeño judío iba en el grupo.
Eran de terciopelo sus solapas
y al pan más blanco estaba acostumbrado.
Y, sin embargo, todo lo aguantaba.

Más tarde se sumaron dos hermanos,
y ambos eran muy buenos estrategas
para ocupar las chozas que en el campo
los campesinos cuando llueve dejan.

También había un niño muy delgado
y pálido que siempre estaba aparte.
Tenía una gran culpa sobre sí:
la de venir de una embajada nazi.

Y un músico, además, que en una tienda
volada había encontrado un buen tambor.
Tocarlo les hubiera delatado,
y el niño músico se resignó.

Y hasta un perro llevaban que, al cogerle,
se disponían a sacrificar.
Pero ninguno se atrevía a hacerlo,
y ahora tenían una boca más.

También había una escuela
y en ella un maestrito elemental.
La pizarra era un tanque destrozado
donde aprendían la palabra «paz».

Y, al fin, hubo un concierto entre el estruendo
de un arroyo invernal.
Pudo tocar el niño su tambor
pero no le pudieron escuchar.

No faltó ni siquiera un gran amor:
quince años el galán, doce la amada.
En una vieja choza destruida,
la niña el pelo de su amor peinaba.

Pero el amor no pudo resistir
los fríos que vinieron:
¿cómo pueden crecer los arbolillos
bajo toda la nieve del invierno?

Hubo incluso una guerra
cuando con otro grupo se encontraron.
Pero viendo en seguida que era absurda,
la guerra terminaron.

Cuando era más reñida la contienda
que en tornó á una garita sostenían,
una de las dos partes
se quedó sin comida.

Al saberlo la otra, decidieron
un saco de patatas enviar
al enemigo, porque sin comer
nadie puede luchar.

A la luz de dos velas
un juicio celebraron.
Y, tras audiencia larga y complicada,
el juez fue condenado.

Hubo un entierro, en fin: el de aquel niño
que tenía en el cuello terciopelo.
Dos alemanes junto a dos polacos
enterraron su cuerpo.

No faltaban la fe ni la esperanza,
pero sí les faltaba carne y pan.
Quien les negó su amparo y fue robado
después, nada les puede reprochar.

Mas nadie acuse al pobre que a su mesa
no los hizo sentar.
Para cincuenta niños hace falta
mucha harina: no basta la bondad.

Si se presentan dos, o incluso tres,
es fácil que cualquiera los atienda.
Mas cuando llegan niños en tropel
las puertas se les cierran.

En una hacienda destruida, harina
hallaron en pequeña cantidad.
Una niña en mandil, de once años,
durante siete horas coció pan.

Amasaron la masa largamente,
la leña, bien cortada, ardía bien,
pero el pan no subió
porque ninguno lo sabía cocer.

Decidieron marchar,
buscando sol, al Sur. El Sur
es donde a mediodía todo
está lleno de luz.

A un soldado encontraron
herido en un pinar.
Siete días cuidándole, y pensaban:
«Él nos podrá orientar.»

Mas el soldado dijo: «¡A Bilgoray!»
Debía de tener
mucha fiebre: murió al día siguiente.
Le enterraron también.

Y los indicadores que encontraban
la nieve apenas los dejaba ver.
Pero ya no indicaban el camino,
todos estaban puestos al revés.

Aunque no se trataba de una broma:
sólo era una medida militar.
Buscaron y buscaron Bilgoray,
mas nunca la pudieron encontrar.

Se reunieron todos con el jefe,
confiados en él.
Miró el blanco horizonte y señaló:
«Por allí debe ser.»

Vieron fuego una noche:
decidieron seguir sin acercarse.
Pasaron tanques, otra vez, muy cerca,
pero iban hombres dentro de los tanques.

Al fin, un día, a una ciudad llegaron,
y dieron un rodeo.
Caminaron tan sólo por la noche
hasta que la perdieron.

Por lo que fue el sureste de Polonia,
bajo una gran tormenta, entre la nieve,
de los cincuenta niños
las noticias se pierden.

Con los ojos cerrados,
dentro de mí los veo cómo vagan
de una casa en ruinas
a otra bombardeada.

Por encima de ellos, entre nubes,
caravanas inmensas
penosamente avanzan contra el viento,
y, sin patria ni meta,

van buscando un país donde haya paz,
sin incendios ni truenos,
tan diferente a aquel de donde vienen.
Y, unidas, forman un cortejo inmenso.

Y, al caer el ocaso, ya sus caras
no parecen iguales.
Ahora veo caras de otros niños:
españoles, franceses, orientales...

Y en aquel mes de enero,
en Polonia encontraron
un pobre perro flaco
que llevaba un cartel de cartón al cuello atado.

Decía: «Socorrednos.
Perdimos el camino.
Este perro os traerá.
Somos cincuenta y cinco.

Si no podéis venir,
dejadle continuar.
No le matéis. Sólo el
conoce este lugar.»

Era letra de niño
y campesinos quienes la leyeron.
Ha pasado año y medio desde entonces.
Desde que hallaron, muerto de hambre, un perro.

(Del libro Historias de almanaque, 1939)

De Bertolt Brecht,
en Poemas y canciones, Alianza Editorial, 1997.

miércoles, 25 de junio de 2014

Loa de la duda

Loa de la duda

¡Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis
serenamente y con respeto
a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa.
Quisiera que fueseis avisados y no dierais
vuestra palabra demasiado confiadamente.

Leed la historia. Ved
a ejércitos invencibles en fuga enloquecida.
Por todas partes
se derrumban fortalezas indestructibles,
y de aquella Armada innumerable al zarpar
podían contarse
las naves que volvieron.

Así fue como un hombre ascendió un día a la cima inaccesible,
y un barco logró llegar
al confín del mar infinito.
¡Oh hermoso gesto de sacudir la cabeza
ante la indiscutible verdad!
¡Oh valeroso médico que cura
al enfermo ya desahuciado!

Pero la más hermosa de todas las dudas
es cuando los débiles y desalentados levantan su cabeza
y dejan de creer
en la fuerza de sus opresores.

¡Cuánto esfuerzo hasta alcanzar el principio!
¡Cuántas víctimas costó!
¡Qué difícil fue ver
que aquello era así y no de otra forma!
Suspirando de alivio, un hombre lo escribió un día en el libro del saber.

Quizá siga escrito en él mucho tiempo y generación tras generación
de él se alimenten juzgándolo eterna verdad.
Quizá los sabios desprecien a quien no lo conozca.
Pero puede ocurrir que surja una sospecha, que nuevas experiencias
hagan conmoverse al principio. Que la duda se despierte.

Y que, otro día, un hombre, gravemente,
tache el principio del libro del saber.
Instruido
por impacientes maestros, el pobre oye
que es éste el mejor de los mundos, y que la gotera
del techo de su cuarto fue prevista por Dios en persona.
Verdaderamente, le es difícil
dudar de este mundo.
Bañado en sudor, se curva el hombre construyendo la casa en que no ha de vivir.

Pero también suda a mares el hombre que construye su propia casa.
Son los irreflexivos los que nunca dudan.
Su digestión es espléndida, su juicio infalible.
No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. Si llega el caso,
son los hechos los que tienen que creer en ellos. Tienen
ilimitada paciencia consigo mismos. Los argumentos
los escuchan con oídos de espía.

Frente a los irreflexivos, que nunca dudan,
están los reflexivos, que nunca actúan.
No dudan para llegar a la decisión, sino
para eludir la decisión. Las cabezas
sólo las utilizan para sacudirlas. Con aire grave
advierten contra el agua a los pasajeros de naves hundiéndose.

Bajo el hacha del asesino,
se preguntan si acaso el asesino no es un hombre también.
Tras observar, refunfuñando,
que el asunto no está del todo claro, se van a la cama.
Su actividad consiste en vacilar.
Su frase favorita es: «No está listo para sentencia.»
Por eso, si alabáis la duda,
no alabéis, naturalmente,
la duda que es desesperación.

¿De qué le sirve poder dudar
a quien no puede decidirse?
Puede actuar equivocadamente
quien se contente con razones demasiado escasas,
pero quedará inactivo ante el peligro
quien necesite demasiadas.
Tú, que eres un dirigente, no olvides
que lo eres porque has dudado de los dirigentes.
Permite, por lo tanto, a los dirigidos
dudar.

De Bertolt Brecht,
en Poemas y canciones, Alianza Editorial, 1997.